miércoles, 30 de junio de 2010

actualizame

Estas son las cosas que estoy haciendo ahora: El primer dibujo es un dibujo cualquiera, espero que les guste.
El segundo es un diseño conceptual para un comic del futuro, y el tercer dibujo es una de las viñetas de dicho comic.
El cuarto dibujo es un carismático tarambana a punto de cojer por primera vez.




lunes, 14 de junio de 2010

La segunda anécdota de Pedro Brussel



Yo no tenía ganas de devolverle el amable gesto con otro gesto igual de amable y falso. Porque debo admitir, y él también debería, que su cortesía era mero compromiso a su educación. Éste sujeto tenía mi edad, pero su camisa, su peinado cuidado y soberbio, su pantalón cuidadosamente planchado y su postura firme lo hacían ver como un adulto real. Pero yo veía la hipocresía en sus ojos, y mientras él hablaba de sus logros económicos, yo podía observar como sus pupilas desnudaban a mi pareja.
Yo sé, y me niego a aceptar contrariedades al respecto, que éste sujeto no está satisfecho con su vida sexual, y tampoco consigo mismo. Yo sé que este sujeto, este pequeño sujeto observa con deseo ciertas cosas que jamás va a animarse a hacer, ya sea por miedo o por simple compromiso con la sociedad y sus tabúes. Pero este sujeto tiene dinero ¡es un triunfador!
Por cierto, yo estaba frente a este imbécil gracias a la que en ese momento era mi pareja.
Por alguna razón fui invitado a una estúpida y ridícula cena de parejas. Ella iba conmigo, y su amiga se presentaría con este personaje. Yo estaría probablemente de buen humor o bajo los efectos de alguna de mis habituales drogas cuando acepté acompañar a mi entonces pareja a semejante bochorno.
En fin, que cuando llegué al lugar (un pequeño y cachivachezco restaurant que se daba aires de importancia social) ya pude ver en la cara del tipo el reflejo de su alma, corrompida por la necesidad de aceptación, el no cuestionamiento y una frustrada vida sexual. Pensé entonces que su acompañante, la amiga de mi pareja, debía ser por ende una clásica mal cojida, lo cual no me prometía una velada agradable; y mi teoría de que nos encontrábamos ante un auténtico pajero se vería apoyada en las constantes ojeadas del joven profesional hacia mi pareja.
Las charlas no me resultaron entretenidas, y mi cara fue de a poco cayéndose hasta el punto de adquirir las facciones del famoso Droopy. En ese momento, para calmarme, despabilarme, pensar en otras cosas y cambiar mi evidente cara de aburrimiento, decidí ir al baño. Ir solo.
Pero mierda, que las costumbres estúpidas estaban a la orden del día, y ya que un hombre iba al baño el otro también lo seguiría, para dejar que las mujeres hablen de sus cosas privadas y que nosotros, los muchachos nos conozcamos mejor.
Uno de esos muchachos era yo, y el otro era este perfecto idiota.
El tío me hablaba sonriendo, con voz de locutor o telefonista, y reía (si es que eso era una risa) constantemente. Se notaba que no quería caer mal a nadie. Se notaba que era completamente infeliz. Me hablaba de cuadros, de esculturas, de cine. Y no le creí nada de lo que dijo, pues reconocí en sus palabras la intención de demostrar conocimientos y la posesión de un léxico amplio.
Algo alarmante ocurrió en un momento. En sus ojos vi la intención de continuar su charla durante el uso de los mingitorios, intención que logré evadir diciendo en voz alta: “Quiero cagar”.
Evité así tres cosas: continuar su charla, dar algún indicio de que me simpatizaba, y también que se atreviera a mirarme las pelotas.
Cuando salí, el muchacho me ofreció un cigarrillo y me negué, pero le ofrecí previendo su negativa, unas pitadas de hachís, que tenía guardado en mi dispositivo.
En el camino de vuelta a la mesa, el joven ya no habló, lo cual me hizo cambiar la cara de perro.
Durante toda la cena el chico se portó incomodado, y cruzamos miradas repetidas veces.
Parecía un hámster. Entonces, pude sonreír.
No sirve contar mucho mas de la noche, puesto que fue toda igual.
Pedimos el postre, y pagamos entre ambas parejas la cuenta.
A la salida, las mujeres estaban eufóricas, se abrazaban, prometían volver a verse, y organizaban una próxima (e inexistente) salida en parejas.
El muchacho, el cual hice un gran esfuerzo por olvidar su nombre ni bien me fue informado, se acercó y me extendió la mano derecha sonriendo forzadamente y soltando un detestable “un gusto”. Yo no tenía ganas de devolverle el amable gesto con otro gesto igual de amable y falso. Porque debo admitir, y él también debería, que su cortesía era mero compromiso a su educación. Entonces opté por mirarlo con una ceja levantada y darle la mano izquierda.

martes, 8 de junio de 2010

"loco me agurro"

Tuve una época, casi un año, en el que trabajé. Típico trabajo en una oficina que parecia mas un ciber, 9 horas al día, sabado y domingo libres. La cosa es que en ese año prácticamente no hice nada, ya sea porque no había nada para hacer, ya sea porque trabajaba muy bien cuando había tareas. Entonces hice un par de bocetos de historietas y boludeces. Este es uno de esos bocetos, ahora terminado.